viernes, 24 de junio de 2011

Relato de un padre que no jugó al rugby

de Guigo Griet, el miércoles, 10 de noviembre de 2010 a las 9:45
¿Usted sabe señor? Yo tengo un hijo rugbier. Un buen día apareció por casa con la novedad de que quería jugar al rugby. Al principio traté de sacárselo de la cabeza.

Le confieso que con mi señora teníamos un poco de miedo, nos parecía un deporte muy brusco y peligroso. Pero ante su insistencia accedimos por fin a que probara ¿PROBARA? nada más, con la esperanza, como había ocurrido antes con todo lo que había emprendido, y pronto se cansara y abandonara. Y ahí empezó la cosa, mejor dicho los entrenamientos y al poco tiempo los partidos (Comprar botines, camiseta, medias, etc., etc.). Ante mi sorpresa su entusiasmo no decrecía, al contrario, aumentaba con el tiempo, hasta que un buen día le dije a mi señora: ¿Vieja, hoy juega en el club, vamos a verlo?

Usted sabe señor, cuando salieron a la cancha sentí un nudo en la garganta al verlo tan chiquitito con su uniforme del Club y la cancha tan grande. Cuando nos vio pareció crecer como si nos dijera ¿Ven? Formo parte del equipo del club?. Después comenzó el partido ¡Ay señor! Que mal rato pasé.

Todos se peleaban por la pelota y cuando alguno la conseguía lo tiraban al suelo y empezaban de nuevo, íntimamente deseaba que él no la agarrara, pero la agarró y el mundo se le cayó encima; casi entro a la cancha para salvarlo. Pero pasó la jugada y se paró y siguió corriendo con todo entusiasmo y al fin terminó el partido. Ante mi asombro vi como se abrazaba con los rivales y así salían todos de la cancha.

Vea señor, en ese momento una leve luz comenzó a hacerse en mi cerebro y quise saber un poco más de ese deporte que yo desconocía, donde después de andar a los revolcones por la pelota, salían de la cancha de esa manera, riéndose y comentando el partido. Y comencé a concurrir más asiduamente y a entenderlo cada día un poco más, a entender sus leyes. Y ocurrió lo inevitable. Un día en un partido – para ese entones yo me creía un erudito – me pareció que un referee se había equivocado y en lo más profundo de mi ser, como hincha y como padre, discutí con ese referee al finalizar el partido.

Lo recuerdo como si fuera hoy: él era un poco mayor que mi hijo y cuando estaba demostrándole su proceder, vi a mi hijo que pasaba al lado nuestro abrazado con un chico del equipo contrario. ¿Y vea señor? nunca voy a olvidar la mirada de reproche que vi en sus ojos y lo que después en casa me explicó. Mirá papá – me dijo – a mí me enseñaron que el rugby es un deporte de caballeros, donde todo se hace por amor al deporte, y nosotros acatamos y cumplimos eso. Y si alguien se equivoca lo vamos a aceptar porque alguna vez nos vamos a equivocar nosotros y lo van a aceptar del mismo modo. ¿Y usted sabe señor?... después agregó. Hoy me hiciste quedar mal ante compañeros y contrarios; por eso, para tratar de enmendar tu error te pido un favor (A esta altura yo creía que me iba a pedir que no fuera más a verlo; sin embargo no fue así) y ese favor es que vayas a verme cinco partidos y que durante ellos, hagas el sacrificio de no hablar una sola palabra ni a favor ni en contra. Le juro señor que estaba tan avergonzado que acepté sin vacilar y durante esos cinco partidos comprobé que podía haber equivocaciones pero en la mayoría de las veces el equivocado era yo, y sin protestar, no solamente apreciaba mejor el partido; también pude darme cuenta de que detrás de cada silbato de un referee hay un ser humano, joven o viejo, que tiene algo en común: su gran amor por el rugby. Ese amor, esa gran dedicación, no merece la afrenta de la duda.

Un amigo de esta página me envió esta nota publicada en un diario, la que me produjo una serie de reflexiones que en parte contestan el artículo, pero que también acercan otra mirada acerca del origen de su espíritu y valores. Mi respuesta y mi reflexión: ¿Sabe una cosa señor? Entiendo sus emociones; son muchas las personas que se sentirán identificadas con sus palabras y ni qué hablar de las madres, en esa tendencia sobreprotectora que caracteriza al sexo femenino, donde por temor a que algo les suceda a nuestros hijos, terminamos convirtiendo esa idea en un pensamiento fijo y persecutorio, haciendo que niños sanos y normales se transformen en seres dependientes y temerosos. Pero le voy a contar una cosa señor.

El deporte es una escuela de vida, donde más allá de habilidades, nos enseñan a resolver situaciones, a crecer, a jugar, a incorporar lo nuevo desechando lo que no sirve, a respetar al otro y es así señor que entre tantos partidos, competencias, rivales, vamos aprendiendo a batallar. Para luego aplicarlo a la esencia de la vida misma. Acaso la vida ¿no es una eterna batalla, una eterna competencia? En ella nos jugarnos por lo que deseamos, necesitamos competir. Sin competencia no hay excelencia, nos estancaríamos. Hay una frase que dice: “En la medida en que te venzo, siento que puedo, siento que me mido”. Y sabe señor, ¿cuál fue el origen de estos valores en el rugby? Permítame que le cuente. La primea Escuela de Rugby fue dirigida por Thomas Arnold, rector de 1828 a 1841. Este gran pedagogo inglés fue quien dio origen al nacimiento del deporte contemporáneo. Consideraba que el hombre, más allá de su físico y sus innatas habilidades, dependía de su intelecto, su educación y su excelencia moral.

Es así que centrándose en los valores de la educación inglesa, utilizó el deporte para poder ejercitarlos y ponerlos en práctica en las competencias, transformando a los alumnos en “caballeros del juego”. De ahí la frase que dice que el rugby es un deporte de caballeros. Y es ése, el espíritu del deporte el cual forma parte de su esencia, porque el rugby ha estado desde siempre ligado a su costado formativo, aunque en los últimos tiempos muchos de esos valores no se vean en la cancha. Arnold comentaba el poder del espíritu para afrontar los problemas humanos, donde los valores de la educación eran perdurables e irreemplazables. Estos debían ser aplicados a toda actividad empezando con el juego, como el rugby, para poder trasladarlo luego a la vida. Y déjeme que le comente otra cosa señor... Thomas Arnold ejerció gran influencia en Pierre de Coubertin, creador de los Juegos Olímpicos, quien afirmaba que la riqueza y la vitalidad de Gran Bretaña se debía principalmente a su sistema educativo, en esa época único en el mundo y fue así que adoptó la filosofía de Arnold para aplicarla en el movimiento olímpico.

Por eso, usted me comenta del fair play, las reglas, el respeto por el otro, la disciplina, las normas. Podríamos resumirlo como el valor pedagógico del espíritu del deporte, donde se ponen en práctica los valores de la vida aplicados al juego limpio. Por eso señor, sigamos acompañando a nuestros hijos en este deporte. No tengamos miedo, somos los padres quienes debemos enseñarles a defenderse del peligro. El peligro siempre está, pero son nuestros hijos quienes deben saber diferenciar la realidad que les toca vivir.

El rugby es un deporte de contacto, no lo podemos negar, pero acaso es que no vemos otros peores peligros como el alcohol, la falta de límites, la intolerancia hacia el otro. No sé señor, son muchas las cosas que en este momento pasan por mi cabeza. Tratemos de no perder el espíritu del deporte, basado en la educación de este gran hombre que luchó por hacer del mismo un juego de caballeros. Nosotros educamos a nuestros hijos, pero también debemos dar el ejemplo, no gritando, no silbando, no insultando al referee. Entiendo su posición en ese momento pero recuerde que se aprende más del ejemplo que de las palabras. Es responsabilidad de todos, de hacer prevalecer su espíritu y transmitirlo de padres a hijos.

Gran Bretaña fue quien dio origen al lema: “El rugby es un juego de villanos jugado por caballeros”. El rugby es la vida misma elevada a “quince”, donde, como usted bien dice señor, luego de la derrota se le da la mano a los rivales agradeciéndoles, ya que sin ellos no se hubiera podido jugar.

El reconocimiento nos hace humanos, y éste es el primer valor que debemos sostener en el deporte.

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